Iván nos propone un tema: ¿cómo prepararse para la salida del Centro?
En la mochila, que esta vez será muy grande, María se lleva unas gafas para ver bien por dónde ir y dónde no ir, un reloj para contar hasta diez cuando surjan los malos pensamientos, un abrigo contra la soledad (el calor de mi familia y seres queridos), un libro para entretenerse y evitar la ansiedad y una agenda para apuntar las cosas diferentes que hará en su nueva vida.
Iván por su parte quiere que los muebles estén bien colocados en su cabeza, proyectar lo aprendido en el Centro fuera de él, estar ocupado durante todo el día (trabajo, trabajo, trabajo), abandonar los lugares que le perjudican (no más “discos”) y estar con sus seres queridos, a poder ser, sin discutir más con ellos.
Joaquín tiene claro que no quiere consumir más y que necesita algo para estar ocupado y hacer nuevos amigos.
David no espera necesitar ninguna preparación adicional a la que ya está desarrollando aquí, simplemente cambiar a los compañeros de aquí por amigos afuera y a los educadores por su familia. Un pellizco de amor propio, una buena dosis de conocimiento, responsabilidad y un puñado de respeto y ganas de vivir son su receta para el exterior.
Lidia espera tener los objetivos muy claros, adquirir una rutina que le ayude a sentirse útil y de esta forma fuerte, para conocer dónde están sus límites. Sin dejar de ser ella y volviéndose a querer mucho muchísimo.
Mª Carmen cree que hay que ir preparándose desde ya, y en especial cuando sepas que ya llega el momento de acabar aquí. Sentirse satisfecho y alegre por acabar tu terapia debería ser un buen empujón para la tarea que queda fuera. Cambiar de estilo de vida, personas y rutinas, casi nada.
Fermín esta vez se piensa rodear de personas que le convengan, familia y trabajos o hobbies que le hagan estar entretenido y sentirse bien. Cualquier cosa menos acercarse a aquello o aquellos que le hacen “saltar el chip” y pensar en negativo.
Álvaro se lleva un puñado de piedras para cuando piense en consumir. Paciencia, una rutina y una foto de la familia para recordar que él no el único que lo ha pasado mal en esta historia.
Alberto nos propone que nuestra enfermedad no puede ser un refugio ni una excusa y que a pesar de nuestro problema no estamos indefensos. Somos dueños de nuestros actos y de nuestro destino. Pero cuidado, la confianza solo es buena en su justa medida, en exceso puede ser tan dañina como la propia droga.